Memorias de un sueño interrumpido 16. Cada persona es un mundo

Cuando Alice salió aquel día de su casa lo hizo llena de emoción. Por fin, tras siglos intentándolo, logró que la dieran permiso para salir de ese reino de almas malditas y venir aquí, a la tierra.
Desde su más tierna infancia le gustó observar cómo vivian esos seres diminutos que estaban en su bola de cristal, ¿cómo se llamaban? ¡Ah, sí! Humanos, eso era.
Bajó las escaleras a toda prisa, como si el tiempo no fuera a esperarla y avanzase más rápido de los normal haciéndo que se perdíera algo de aquel día. Salió del portal y entonces observó.
Primero vio a unos niños jugando alegremente con su balón en mitad de la calle, entre risas y movimientos de sus bufandas.
Después se fijó en aquella mujer que siempre estaba asomada al balcón de su casa, observando la puerta de la calle, como si esperara a alguien que en el fondo sabía que no vendría; cosa que reflejaba su mirada.
Al continuar con su paseo se detuvo al lado de los hombres que colocaban con esmero su tienda, "modesta y sencilla, pero puesta con ilusión" se dijo así misma.
Luego pasó por un parque y vio a una chica lloraba frente a un banco desconsolada, mientras que otra andaba i-pod en mano cantando y bailando como si nadie la viese.
Ante tanta disparidad, Alice se preguntaba cómo era posible que personas que convivían juntas fuesen tan distintas... Y así, nuestra pequeña bruja, sacó algo de su primer encuentro con los humanos: el planeta tierra está lleno de personas, pero cada una de ellas es un mundo entero por descubrir...
Y ella, tarde o temprano,
descubriría esos mundos.
O por lo menos algunos de ellos.


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