Memorias de un sueño interrumpido 15. Esperando por noviembre

Hace ya  mucho tiempo, vino al mundo una pequeña bruja. Todo ocurrió una noche de noviembre, en la que el frío  se adueñaba de los cuerpos y las hojas de los árboles se mecían por el cielo impulsadas por el viento.
Su nombre era Alice. A ella nunca la interesó eso de los hechizos y las clases de vuelo. De hecho de hechizos sabía poco y casi todos conseguían el efecto contrario a lo que deberían. Y cada vez que se subía a una escoba todo acaba patas arriba.
Pero con el paso del tiempo Alice creció, aprendió a volar e incluso se interesó por alguna que otra poción.
Yo la conocí cuando aún disfrutaba de todo. La encantaba pisar las hojas secas que adornaban el suelo en las calles de noviembre, comer castañas una detrás de otra, pisar los charcos que la lluvia dejaba; dejándose caer en picado desde lo más alto de cielo.
Todos los que pudimos gozar de su compañía estábamos entusiasmados con sus conjuros. Era capaz de hacer soplar una leve brisa arrancando la risa a un niño... Podía hacer sonar entre las copas de los árboles las melodías más bonitas jamás escuchadas y hacer que los pájaros las imitasen a la perfección...
Pero lo que más le gustaba era acercarse a esa gente tímida que por mucho que quisiera hacer algo nunca se atrevía, entonces era capaz de conseguir infundirles valor para que luchasen por todo aquello que querían.
Pero a día de hoy, Alice ya no es la misma. No desde que el mundo se convirtió en un lugar frío que se dejaba llevar por el odio, la envidia, la hipocresía...
Ya no juega a arrancar sonrisas, ni suenan ya sus melodías prodigiosas, ni tampoco se siente la felicidad de la gente a la que ayudó.
Ahora cierro cada noche los ojos deseando con todas mis fuerzas que Alice vuelva cargada de sonrisas e ilusión al llegar noviembre.


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