Aviones de papel, barcos de vapor 28. La historia de Soldado

>>El humo se extendía por todo el bosque, Soldado corría tanto como podía pero cuando llegó ya era tarde.
Los gritos que había estado oyendo durante su carrera parecían haber enmudecido de repente, las llamas devoraban todo a su paso, el fuego seguía extendiéndose sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, el humo impedía ver algo de lo que había sido su casa.
Tenía que ayudarles. 

Tras observar horrorizado el incidente no pudo quedarse parado por más tiempo. Debía hacer algo y no lo pensó mucho antes de echar a correr.

No escuchó los gritos que le pedían parar, simplemente se adentró en la casa y observó horrorizado los cuerpos carbonizados de su familia.

Todo en su mente quedó en blanco después. Apareció en la calle con sus vecinos rodeándole. Supuso que lo habían sacado de la casa antes de que su cuerpo se desvaneciera también en ese humo que aún ascendía cielo arriba.
Ojalá hubiera sido así.
Miró a su alrededor hasta dar con él. Se quitó la manta que cubría sus hombros y se le acercó.
- Te dije que no nos abandonaras, la próxima vez...
- ¿La próxima vez qué?- respondió él cabizbajo y con los puños cerrados antes de levantar la vista soltando un grito -  ¡Si ya me lo habéis quitado todo!
Intentó propinanrle un puñetazo al que hasta hacía poco había sido su jefe pero dos tipos lo sujetaron y lo arrastraron hasta el coche.
Rato después estaba en un campo, sostenía una pistola y había un niño frente a él. Pensó en que tenía la edad de su hijo.
- Dispara.
No podía. Se negó aquella vez y volvería hacerlo. No entraría en ese juego.
- Si piensas que ya no te podemos hacer nada y que no tienes por qué hacerlo estás equivocado.
Siguió inmovil. El jefe se acercó, cogió su brazo y le inyectó algo. Minutos después el niño yacía muerto y Soldado aún sostenía el arma asesina.
- Ahora sí que no tienes nada. Ni humanidad te queda.
Soldado pensó en que él no tenía nada que ver, que era aquello que le inyectaba. Que él no tenía la culpa. 
Pero en el fondo se repetía que estaba podrido por dentro, que era el brazo ejecutor. Que no le quedaba nada ni merecía algo.

(Hasta que la conoció).



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