Aviones de papel, barcos de vapor 6. Hasta que la música deje de sonar

Ella se acercó a él sonrojada pero aun así sonriente cogiedo el brazo que él la ofrecía y las flores con que le obsequiaba y ambos salieron juntos de ahí dispuestos a perderse por las calles de Madrid.
Caminaron mientras se reían y hablaban  de cosas sin importancia. Soldado estaba feliz, se había olvidado de todo (hasta de su propio nombre) pero lo que más le agradaba es que no tendría que pensar en aquello que le atormentaba mientras ella estuviera ahí. Pero la paz duró poco.
- Y ¿cómo es eso de trabajar para el ejército?
- No me gusta hablar de ello - dijo poniéndose serio, esquivando su mirada. Ella, dándose cuenta, pensó que lo mejor sería cambiar de tema.
- Bueno entonces hablemos de otra cosa.
- Bien - dijo él recuperando su sonrisa habitual-y de qué quieres hablar.
- Pues, por ejemplo, de a donde piensas llevarme esta noche - respondió con una sonrisa pícara.
A bailar, por supuesto.
Esa noche ambos comprendieron varias cosas:
  1. Que, mientras ella estuviera ahí, él no se rompería. Pues él podría olvidar si ella estaba a su lado, apoyándole (por otra parte, porque ella no iba a permitírselo).
  2. Que ella seguiría bailando para él hasta conseguir ahuyentar la pena de su atormentado corazón, le daba igual lo que hubiese hecho, no le dejaría por nada.
  3. Que estarían juntos pasase lo que pasase y, si no era para siempre, por lo menos hasta que la música dejase de sonar.


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